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Un siglo en La Moraleja: del Conde de los Gaitanes a futbolistas del Real Madrid

A comienzos del siglo XVIII, La Moraleja no era más que una extensa dehesa perteneciente a la Corona, situada en el entorno rural del pueblo de Hortaleza. Su nombre empezaría a resonar más de dos siglos después, cuando pasó a ser una finca privada de 1.150 hectáreas en manos de la marquesa viuda de Aldama, María Cubas y Erice. Pero el gran punto de inflexión llegó tras la muerte de la aristócrata, cuando su hijo, José Luis de Ussía y Cubas, primer conde de los Gaitanes, lideró la parcelación de la propiedad y la constitución de la sociedad inmobiliaria NIESA.

Aquel fue el germen de una de las urbanizaciones más exclusivas y reconocidas de Europa. En 1946, La Moraleja se convirtió oficialmente en un proyecto urbanístico de ciudad jardín, una utopía residencial donde el 70% del terreno debía permanecer verde.

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Enclavada al norte de Madrid, en el término de Alcobendas, el diseño limitaba la edificabilidad de las parcelas y protegía el ecosistema mediterráneo original, lleno de encinas y jaras. La planificación original se ha mantenido en buena medida intacta hasta hoy, con una tipología de viviendas basada en grandes chalets aislados sobre parcelas que van desde los 2.500 hasta los 10.000 metros cuadrados.

Este aislamiento físico favoreció no solo la privacidad, sino también el surgimiento de una comunidad con vecinos ilustres que van desde cantantes y empresarios hasta deportistas de élite. La Moraleja, junto a otras urbanizaciones como El Soto o El Encinar de los Reyes —surgidas también a partir de parcelas de la finca original—, acoge hoy a más de 12.000 habitantes, y cuenta con algunos de los colegios privados más prestigiosos del país, centros comerciales, clubes deportivos, seguridad 24 horas y hasta una línea de Metro.

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TENSIONES

A pesar de su aire bucólico y su aparente desconexión con el mundo exterior, La Moraleja nunca ha estado del todo exenta de tensiones. Durante los años 90, algunos de sus residentes impulsaron un fallido intento de segregación municipal, buscando independizarse de Alcobendas.

Argumentaban que, pese a su contribución fiscal, el consistorio no invertía en servicios para la zona. El asesinato de Anabel Segura, secuestrada en una de sus calles, se convirtió en símbolo de esa reclamación de mayor seguridad institucional. Hoy, sin embargo, La Moraleja sigue formando parte del término de Alcobendas. Y aunque el acceso es técnicamente libre, la urbanización mantiene una estricta vigilancia privada, con cámaras y patrullas de seguridad.

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La Moraleja sigue siendo uno de los sitios europeos más exclusivos para vivir. Foto: Europa Press.

A ello se suman las entidades de conservación vecinal que gestionan gran parte del mantenimiento urbano. El perfil de sus habitantes ha ido cambiando. Si en los años 90 eran principalmente empresarios españoles de éxito, en los 90 llegaron las primeras grandes fortunas ligadas al espectáculo, la nobleza y la televisión.

En los 2000 se sumaron las estrellas del deporte, especialmente futbolistas del Real Madrid —atraídos por la cercanía de Valdebebas—. Y desde 2020, según coinciden varias agencias inmobiliarias, ha aumentado notablemente la presencia de compradores internacionales, especialmente latinoamericanos, estadounidenses y ‘noreuropeos’.

Esta transformación ha tenido un doble efecto. Por un lado, ha elevado el precio medio por metro cuadrado a cifras solo comparables con otras zonas prime como La Finca, Puerta de Hierro o Somosaguas. Por otro, ha impulsado un proceso de renovación urbanística: chalets de los años 70 están siendo derribados para levantar nuevas mansiones con estética contemporánea.

La Moraleja es también una referencia educativa: más de quince centros privados e internacionales conviven en su entorno. Algunos tan consolidados como el Liceo Europeo o el ICS (International College of Spain) han formado a generaciones enteras, incluidos los hijos de numerosas personalidades del cine, la música, el deporte y la empresa.

La vida social, por su parte, gira en torno a puntos neurálgicos como el Club de Golf, el Club de Tenis o la Plaza de La Moraleja, donde abundan los restaurantes de alta gama. Comer en Sushi 99, cenar en Aura o tomar un café con vistas al campo de golf se han convertido en hecho habitual de un vecindario que combina lujo y anonimato.

No obstante, los retos no desaparecen. El tráfico, especialmente en horas punta, es una de las principales quejas vecinales. La falta de accesos alternativos y el crecimiento desordenado de barrios colindantes como Valdebebas o Las Tablas han saturado las entradas y salidas, convirtiendo los desplazamientos diarios en una prueba de paciencia.

En agosto de 2025, La Moraleja sigue siendo uno de los enclaves residenciales más codiciados de España. Su historia es la de un campo transformado en símbolo del éxito, del refugio y de la exclusividad. Desde el Conde de los Gaitanes hasta los galácticos del Real Madrid, esta urbanización ha condensado un siglo de cambios urbanísticos, sociales y culturales.

Y aunque su esencia ha evolucionado, La Moraleja mantiene intacta su aspiración original: ofrecer una vida diferente, rodeada de verde, pero sin renunciar al dinamismo de Madrid.

VECINOS CON VOZ

De ser un conjunto de parcelas entre jaras y encinas a convertirse en uno de los rincones residenciales más codiciados de Europa, La Moraleja ha vivido una transformación de fondo. Pero más allá del precio del metro cuadrado o la lista de famosos que han pasado por sus calles, quienes mejor cuentan esta historia son aquellos que la han vivido desde dentro.

En LaMoraleja.com hemos podido hablar con muchos de ellos. Uno de ellos es Gonzalo López-van Dam, director de la inmobiliaria Promora. Con medio siglo de historia en la zona, su relato arranca con una imagen casi rural: «Mi madre llegó a La Moraleja en 1974 cuando apenas había nada construido: puro campo, encinas, jaras…».

Pilar Monsalve, su madre, empezó vendiendo acciones del club de golf y acabó abriendo una oficina inmobiliaria pionera, cuando el negocio estaba aún por profesionalizarse. «Firmaba todo a mano, y si alguien no cumplía, bastaba un apretón de manos y su palabra».

Esa consolidación no se entiende sin sus instituciones educativas. En 1982 se fundó el Liceo Europeo, uno de los colegios internacionales más prestigiosos del país. Su director, Gonzalo Inclán, recuerda el entorno casi rural de aquellos años: «Había pocas viviendas, apenas chalets, y el paisaje estaba dominado por campo abierto y ovejas». De un edificio pequeño con 100 alumnos, el Liceo ha crecido hasta superar el millar, sin perder —dicen— su esencia original.

«El bienestar y la singularidad de cada alumno siguen siendo el eje de todo», añade Natalia Inclán, también al frente del centro. Desde entonces, el paisaje cambió drásticamente. Las fincas de campo dieron paso a chalets, colegios internacionales y servicios de lujo. Pero también llegaron las complicaciones: más tráfico, necesidad de vigilancia y disputas por la gestión municipal.

Beatriz Navarro, presidenta de la Entidad de Conservación de El Soto, lo resume con claridad: «Tenemos problemas de tráfico desde hace tiempo y ahora se han agravado. Solo hay una entrada y salida principal». Navarro reclama mayor implicación de las administraciones públicas y advierte de que el crecimiento de zonas colindantes, como Valdebebas o Sanchinarro, ha saturado los accesos. En lo inmobiliario, la demanda sigue viva, aunque el perfil ha evolucionado.

Palmira González, de la compañía La Moraleja Home, habla del ‘nuevo lujo’ con otra mirada: «El nuevo lujo no presume. Los ricos de verdad quieren privacidad, y eso lo da La Moraleja». Frente a zonas como La Finca o Puerta de Hierro, esta urbanización ofrece discreción, parcelas amplias y proximidad con el centro de Madrid y Barajas. «Madrid es la yema del huevo, homologable a París. Y aquí lo tienes todo al lado», apunta. Pero La Moraleja no es solo propiedad, es también identidad.

Julio Iranzo, presidente de la Entidad de Conservación, rompe con los estereotipos: «Aquí hay deportistas, empresarios, artistas, trabajadores del hogar, familias diversas…». Aunque reconoce que la etiqueta de ‘barrio de millonarios’ persiste, insiste en que se trata de una comunidad diversa, donde muchos vecinos hacen un esfuerzo por vivir. El deporte, pilar de la vida cotidiana en La Moraleja, ha tenido también su propia evolución.

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Acceso a La Moraleja. Foto: Europa Press.

Leticia Rodríguez, directora de la escuela Hípica La Moraleja, lidera un espacio donde «el bienestar animal, la pedagogía y la pasión por los caballos se combinan con la competición de alto nivel». Con más de 70 animales y disciplinas como el salto, la escuela forma desde niños pequeños hasta jinetes en formación profesional. En el terreno de juego, el fútbol ha sabido derribar estereotipos.

José Manuel Dávila, fundador del La Moraleja CF, recuerda: «Yo soy de La Moraleja de toda la vida y no había un club federado. Solo ligas escolares o fútbol sala». Hoy, el club tiene más de 700 familias implicadas. Sobre el tópico del ‘pijerío’, sentencia. «Convertimos un estigma en una fortaleza. Nuestros chicos están bien educados, pero también son cancheros. Nos gusta competir, y mucho».

A cincuenta años del inicio de su etapa moderna, La Moraleja no solo es lujo: es comunidad, educación, deporte y evolución constante.

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